GUERRA EN EL LÍBANO
Sandra De Rose *
Utilizar el secuestro de dos soldados como justificación para iniciar una guerra, cuyas principales víctimas son más de un millón de desplazados y civiles muertos –en su mayoría niños menores de 10 años–, es una explicación reduccionista, casi ingenua y, por el contrario, sirve sólo a los fines de incrementar el consenso popular del Hezbollah en el Líbano y en el mundo entero. Utilizar esto como pretexto para atacar a todo un país sólo refuerza la percepción de injusticia y humillación que muchos árabes musulmanes sienten con respecto a Occidente. En este sentido, comprender el conflicto, aunque no justificarlo, implica abordar distintas problemáticas que exceden el contexto geográfico histórico de Líbano e Israel. La nueva guerra debe ser analizada bajo los acontecimientos que se desarrollaron en los últimos años en Oriente Medio, bajo el paraguas de la política exterior de Estados Unidos denominada “guerra global contra el terrorismo”. La cuestión irresuelta de los palestinos, la política unilateral de Israel hacia los territorios ocupados, la incapacidad internacional para dirigir y alcanzar negociaciones y cumplimientos firmes entre israelíes y árabes, el fracaso de la ocupación norteamericana en Irak, el desarrollo nuclear iraní y el creciente cuestionamiento civil hacia gobiernos abiertamente pro-occidentales y corruptos y que desembocan en un re-despertar del sentimiento islámico, forman todos ellos parte de un conjunto de factores que no pueden ser eludidos de este conflicto. Sin embargo, analizar distintos causantes favorece la explicación acerca de por qué se llega a una guerra, aunque resulta difícil e insuficiente para entender tanta violencia, muerte y destrucción.
A diferencia de las guerras clásicas, la del Líbano no enfrenta a dos estados o instituciones iguales, sino a un Estado (Israel) y a un movimiento de resistencia libanés (Hezbollah)(1), que es un componente más de la política pluralista de Líbano. Según el análisis de los Estados Unidos, el Hezbollah es y ha sido en los últimos años uno de los pilares terroristas que es necesario aniquilar en el contexto de la guerra global con-tra el terrorismo. Ya en el 2004, el director de la CIA, George Tenet, declaraba que el "Hezbollah, como organización con capacidad y presencia mundial, es una organización igual a Al Qaeda, si no es mucho más capaz. En realidad creo que está un grado arriba en muchos aspectos”.(2) Destacados académicos, especialistas y ex funcionarios del gobierno, entre ellos William Kristol y Richard Perle, también declaraban en una carta abierta al presidente Bush que "cualquier guerra contra el terrorismo debe tener como objetivo a Hezbollah", e invitaban a considerar acciones militares contra los estados que lo patrocinan, como Siria e Irán.
El potencial del Hezbollah, como sostiene el especialista Saad-Ghoreyeb, es no operar como un ejército convencional sino como células aisladas, descentralizadas e independientes unas de otras.(3) La fuerza militar de Hezbollah está compuesta por 7.500 combatientes, mientras que Israel es la quinta potencia militar mundial. Pero el Hezbollah recurre a la guerra de guerrillas, en un territorio ampliamente conocido. La preparación de túneles a través del sur de Líbano, que recuerdan el estilo vietnamita, y un nutrido y heterogéneo arsenal, repercuten negativamente en el convencional ejército israelí. En Oriente Medio, el Hezbollah es ahora el actor regional mejor organizado y políticamente más legitimado.
Según sus miembros –como Hassan Nasrallah, máximo dirigente y vocero de Hezbollah–, no se puede desarmar al movimiento mientras Israel siga manteniendo ocupadas las granjas de la Shebaa. Las granjas de la Shebaa ocupan un área agrícola de 14 kilómetros de longitud por 2 kilómetros de ancho y se ubican en el monte Hermón, lindante a la frontera sirio-libanesa. Además de ser tierra fértil apta para el trabajo agrícola, su importancia es estratégica, ya que cuenta con una importante reserva de agua subterránea. Israel viene utilizando los ríos Hasbani y Wazzni, dos afluentes del río Jordán, que fluyen hacia el lago Tiberíades. Desde la invasión de Líbano en 1982, los libaneses no pueden utilizar esta cuenca, a pesar de las carencias acuíferas de la parte sur libanesa controladas por Hezbollah, bajo la amenaza israelí de ataque militar. Se calcula que Israel utiliza unos 58 millones de metros cúbicos de agua de esta zona.
La Resolución 1559 del Consejo de Seguridad menciona que el gobierno libanés ha de tener control "sobre todo el territorio" del país, lo que constituye una mención clara a las granjas de la Shebaa. La ocupación de Shebaa otorga legitimidad a la pretensión de Hezbollah de mantener su aparato militar, puesto que sería un movimiento de resistencia legítimo que combate a un ocupante y, por lo tanto, no una milicia, con lo que estaría fuera de la jurisdicción de la Resolución 1559, que también exige el desarme y disolución de las milicias libanesas. Para la ONU, si hay territorio ocupado, hay movimientos de resistencia; no milicias.
El Hezbollah es algo más que un movimiento de resistencia: es también una organización social y política; está incrustado en la política y en la sociedad libanesas y, a diferencia de Al Qaeda, es un participante en el orden regional existente, no una fuerza inclinada a destruirlo. Como muchos otros grupos de resistencia, Hezbollah ha sabido extender una amplia red de servicios básicos. Reemplaza al gobierno libanés en su rol benefactor, ofreciendo servicios públicos gratuitos en aquellas zonas bajo su control. En el valle de la Beka´a, en el sur de Líbano, y en varios suburbios pobres shiítas(4) de Beirut –zona que el analista Gal Luft ha llamado despectivamente "Hezbollahlandia"– ejerce un control casi exclusivo y mantiene un denso entramado social tan variado que suministra desde alimentos, medicamentos, educación hasta la recolección de basura.
Esto le ha redituado mayor popularidad entre la población shiíta libanesa y el respeto de muchos libaneses no shiítas. También esta posición le ha dado fortaleza, pero lo ha obligado a volverse más cauteloso en su accionar. Su política social le ha permitido mimetizarse con la población civil libanesa que los apoya. El haber dispersado a sus integrantes y sus armas entre los civiles libaneses, hace que sea imposible atacar al grupo sin matar a muchos inocentes.
El Hezbollah, como organización política, ha venido ocupando bancas legislativas. Pero el mayor logro ha sido concretar una alianza, en febrero de 2006, con Michel Aoun, un cristiano maronita(5) que ha permanecido exiliado en Francia durante 15 años y que lidera el Movimiento Patriótico Libre. La alianza de estas dos fuerzas –enemigos históricos hasta ese momento– impide que el parlamento libanés adopte cualquier medida sobre el desarme de Hezbollah, ya que cuentan con mayoría en el parlamento. Esta participación social y política refleja un ensanchamiento de las funciones de Hezbollah más allá de la violencia política.
La cuestión palestina tampoco es ajena a la nueva guerra. Está íntimamente ligada a la situación penosa que se vive en sus territorios ocupados y, en particular, en la ciudad de Gaza. El Hezbollah ha abierto un nuevo frente de lucha contra el Estado de Israel con la intención de dar un respiro a los gazanos, que desde dos semanas antes del inicio de esta nueva guerra soportan la reocupación y bombardeo diario israelí, pero pasa casi inadvertido para la prensa occidental.
La situación en Gaza ha sido considerada por Naciones Unidas como de desastre humanitario; con 1.300.000 gazanos en 365 Km2 (es la ciudad con mayor densidad poblacional), con el 47% del total de refugiados que existen en el mundo, con un 80% de la población bajo el umbral de la pobreza, con un 90% de desempleo, con los índices record de mortalidad, con un espacio marítimo y aéreo sitiado, con destrucción casi total de instalaciones civiles como tendido eléctrico, rutas, puentes y hogares, con fronteras cerradas y controladas por Israel impidiendo la entrada de la ayuda humanitaria y, por ejemplo, Israel prohíbe la entrada de 500 toneladas de ayuda alimenticia ubicada en la frontera con Egipto. Más allá de estos datos, existen personas que representan el conflicto más largo de la historia contemporánea y que la comunidad internacional no ha podido o no ha querido resolver.
Desde la muerte de Yasser Arafat, en noviembre de 2004, Mahmoud Abbas –actual presidente de la autoridad Palestina– no ha conseguido conformar un estado viable palestino. Tampoco ha podido retomar las conversaciones para la paz, e Israel ha continuado negándose a negociar con Abbas (que está a favor de un acuerdo negociado), haciendo que sea imposible para éste ofrecer beneficios tangibles para el pueblo palestino. La estrategia del ex Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, contribuyó directamente a la victoria electoral de Hamás. Con Hamás en el poder, Israel tiene otra excusa para no negociar. El gobierno de Estados Unidos ha apoyado sistemáticamente las acciones de Sharon y las de su sucesor, Ehud Olmert, respaldando incluso las anexiones unilaterales y la construcción del muro en los territorios ocupados.
La llegada de Hamás al poder, debida también al hartazgo de la población ante el deterioro económico y la corrupción del gobierno anterior, puso fin a una década de hegemonía del movimiento Fatah(6). Hamás ha utilizado la vía política para obtener aquello que por la violencia no ha conseguido. Ha reconocido que recuperar los territorios palestinos ocupados implica negociar con Israel por medios diplomáticos. Lo mucho o poco alcanzado por la Autoridad Palestina han sido por la negociación y no por la violencia. Recordemos que desde sus inicios, durante la Intifada de 1987, el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) se organizó como un movimiento de resistencia contra la ocupación israelí en los territorios palestinos ocupados. La violencia con-tra objetivos israelíes fue un medio para resistir la presencia israelí y obtener su retirada. Obviamente, Hamás no consiguió la recuperación de estas tierras; por el contrario, con cada acto de violencia perpetrado hacia la sociedad israelí legitimó –directa o indirectamente ante la comunidad internacional, pero sobre todo en la sociedad israelí– las medidas de castigo colectivo hacia las poblaciones palestinas, como la ocupación de los territorios. Sin embargo, con casi cuarenta años de ocupación militar, con restricciones israelíes cada vez más duras, con ausencia de una diplomacia internacional seria y un gobierno palestino que no puede pagar sueldos ni entregar servicios básicos, lo que se ha logrado es intensificar el caos y llevar a la nación palestina al borde de una guerra civil y fratricida.
Las políticas unilaterales israelíes socavaron todo intento de negociación y fueron incrementadas durante los últimos años; tuvieron como objetivo desmembrar a los palestinos de su territorio. Algunas de las medidas unilaterales son: confiscaciones de tierras palestinas, expansión de los asentamientos israelíes en estos territorios, continuidad en la construcción del gran muro en Cisjordania que separa israelíes de palestinos –y, también, palestinos entre sí–, retiro unilateral de algunos asentamientos israelíes de Gaza; cierre de rutas al tránsito de bienes y personas palestinos, secuestros y asesinatos selectivos de políticos e influyentes palestinos –principalmente ligados a Hamás–, expulsión de la población palestina de Jerusalén y otras ciudades israelíes que no pueden renovar sus carnets de residencias.
Ante el asedio israelí al nuevo gobierno palestino y a su población civil, los Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas han enmudecido y permanecido como simples espectadores de un proceso de paz que tiende a desaparecer. Sus posturas con respecto al nuevo gobierno palestino han oscilado entre la presión directa (que intenta derribar al gobierno de Hamás) hasta una presión más sutil (que busca fortalecer y consolidar a Mahmoud Abbas, en detrimento de Hamás). Pero en ambos casos, la intención es la misma: alentar la lucha entre las facciones, que exacerban aún más la desunión interna palestina. Mientras que Naciones Unidas declaraba el desastre humanitario en Gaza, Estados Unidos y la Unión Europea cortaban su ayuda financiera de unos 600 millones de dólares anuales al gobierno palestino.(7) Por otro lado, el poder de las resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas que sancionan a Israel obligando a cesar sus medidas unilaterales, no son considerados por ese país, ya que hace oídos sordos ante la queja internacional.
Estados Unidos ha demostrado ser incapaz como patrocinador y garante ecuánime en las negociaciones entre árabes e israelíes. El discurso y la política del Ejecutivo norteamericano responden más a los intereses de Israel que a los suyos propios. A partir del 11-S, el apoyo a Israel se ha justificado con la afirmación de que ambos estados se ven amenazados por grupos terroristas provenientes del mundo árabe o musulmán. Israel es un aliado crucial en la guerra contra el terror, porque sus enemigos coinciden con los de Estados Unidos. Sin embargo, los movimientos de resistencia como Hezbollah o Hamás no representan una amenaza directa para los Estados Unidos, ni están dispuestos a un enfrentamiento directo con ese país. Es simétricamente proporcional la relación entre el apoyo que recibe Israel y el resentimiento árabe en contra de los Estados Unidos, a la vez que debilita su poderío en el mundo entero y le resta credibilidad para acercar a las partes.
(8)En cuanto a Irak, se suponía que la guerra no iba a ser costosa. Se pretendía reordenar Oriente Medio. Se imaginaba a Irak como ejemplo de estado democrático en la región. Se buscaba asegurar también a Israel. Se pretendía controlar y reducir los precios del petróleo. Pero nada de esto ha ocurrido. El cisma entre sunnitas(9) y shiítas se ha intensificado, rasgando al país en dos. El mosaico de comunidades étnicas, confesionales y tribales de Irak socava cada vez con mayor fuerza las estructuras sociales y políticas impuestas por el gobierno conforme a la ocupación. La violencia cotidiana en Irak es prueba de que la ocupación militar estadounidense ha fracasado tanto en proporcionar seguridad al pueblo de Irak, como en instaurar un gobierno democrático y, por consecuencia, pluralista. La presencia de las tropas de ocupación estadounidenses en Irak sigue siendo una provocación extrema para todas las facciones iraquíes, y fomenta la violencia. El proceso político impuesto por los EEUU ha exacerbado las divisiones entre los distintos sectores en Irak, un país con una amplia trayectoria laica y una marcada identidad nacional, a pesar de las tensiones étnicas y religiosas. Las negociaciones para la creación de un nuevo gobierno iraquí han fracasado, en tanto que no hay interés en hacer desaparecer las milicias sectarias o ponerlas bajo control gubernamental. El surgimiento de una nueva serie de partidos políticos, basados sobre todo en la identidad étnica o religiosa, continúa fortaleciendo la fragmentación de la identidad nacional iraquí.
Está claro que el caos de la posguerra ha ofrecido un suelo fértil para la expansión de Hezbollah en Irak. Muchos de los fundadores del movimiento estudiaron en seminarios en Irak y los shiítas libaneses mantienen vínculos con los iraquíes. La relativa desorganización de los shiítas iraquíes constituye una oportunidad para que Hezbollah tenga allí una cabeza, a la vez que buena parte del mundo árabe apoya la acción del movimiento contra "el invasor estadounidense". Para Estados Unidos, el apoyo activo de Hezbollah a los insurgentes iraquíes acarrea desastrosas consecuencias. La experiencia en Irak ha dejado a Estados Unidos en una posición militar y diplomática más desventajosa comparada al inicio de la guerra y, por esta razón, está evitando la intervención directa como modus operandi para terminar con Hezbollah. Además, una acción de esa naturaleza (similar a lo practicado en Irak o Afganistán) sería impopular internacionalmente y, para ello, se debería contar con un apoyo local inexistente hoy en el Líbano. Asimismo, bastantes dolores de cabeza le ocasiona la ocupación en Irak para encarar una lucha en el valle de Beka´a, refugio de Hezbollah en Líbano.
También existen fuertes lazos entre Irán y Hezbollah, empezando por una alianza política, militar e ideológica común y terminando por un mismo enemigo: Israel y su aliado, Estados Unidos. La relación que une a Irán y Hezbollah es sumamente práctica: Irán utiliza y financia a Hezbollah como fuerza que le permite golpear a Israel sin los riesgos de una confrontación directa. Desarmar a Hezbollah, como otra opción ante la intervención directa, obliga primero convencer a Irán de finalizar la relación que tiene con el movimiento libanés. Obviamente, es muy improbable que Estados Unidos consiga esto.
Es necesario recordar que el programa nuclear iraní ha sido tema de una amplia polémica internacional en los últimos meses. Irán es otro centro terrorista que Estados Unidos pretende desterrar. La situación en Irak, el nacionalismo de la sociedad iraní y la constante presión y amenaza de Occidente –especialmente norteamericana– hacia este país, provocaron el aceleramiento de la capacidad nuclear iraní. A la vez, el país disfruta de una posición geoestratégica de importancia para Rusia y China y, por esta razón, no han consentido una acción similar a la ejecutada en Irak. La diplomacia europea, hasta el momento, no ha podido persuadir a Irán de abandonar el programa nuclear. El Consejo de Seguridad de la ONU tampoco ha podido acordar sanciones bastantes fuertes para doblegar a Irán. Cabe preguntarse qué artilugios podría usar Estados Unidos para convencer a Irán de acabar con Hezbollah.
Hoy, para que la paz en el mundo sea una realidad, se debe emprender una pacificación justa y duradera del Oriente Medio. Lamentablemente, la imposibilidad de frenar la violencia, la política unilateral de Israel, la ausencia de un liderazgo internacional serio e imparcial que obligue a las partes a retomar las negociaciones, la dificultad de concretar un estado palestino con integridad de su soberanía y territorio, la convivencia pacífica con el Estado de Israel, el menosprecio internacional por la voluntad popular del pueblo palestino, es decir, el no-reconocimiento de Hamás en el gobierno, el caos generalizado en Irak y el cruce de amenazas entre Occidente (Estados Unidos) e Irán son todos factores para creer que la paz, en estas condiciones, es casi improbable.
El tema de la paz es parte esencial e inherente de la lucha por otro mundo posible, justo, humano, pacífico, donde los conflictos se decidan por negociaciones y atendiendo de forma equitativa a todas las partes involucradas. La unilateralidad de las acciones debe ser fuertemente rechazada y sancionada. La concertación y la legalidad internacionales son los instrumentos más importantes para evitar la generalización del conflicto en Oriente Medio. No existe la paz sin justicia y, en Oriente Medio, es difícil creer que pueda haber paz sin un Estado Palestino con continuidad territorial, y si se continua avasallando la soberanía e integridad de los estados.